El día que no murió Fidel

El día que no murió Fidel

El 15 de Noviembre de 2016 me encontraba en La Habana Vieja.

Había llegado hacía unos días para encontrarme con mi familia después de mucho tiempo. Mi papá, mi mamá y mi hermana venían desde desde Buenos Aires. Yo volvía de un gran viaje que duró más de 2 años. Fue una vuelta al mundo que empezó en el Sudeste Asiático, siguió en Australia y Nueva Zelanda, para luego cruzar el Pacífico y subir toda Latinoamérica a dedo, en bus, sola, acompañada. En realidad volvía bien acompañada porque en el camino había conocido a Karel, un checo con el que estaba saliendo hacía un año y mi familia conocería por primera vez en Cuba.

Habiendo pasado unos días en las cristalinas aguas de los cayos y Varadero, despedí a todos y me quedé sóla en La Habana Vieja. Quería caminar una vez más esas calles con veredas angostas. Reservé una cama en Mango Hostel, una casa de familia atendida por Carlos y su amplia sonrisa y me dispuse a observar, escuchar y empatizar con los cubanos, tratar de entender el último bastión comunista.

La primera impresión me la daría un chófer de almendrones, como llaman en la isla a esos autos norteamericanos que quedaron de los años 50´ 60´ y 70´ y  que circulan por la ciudad brindando transporte privado a turistas y locales. Sobreviven gracias al ingenio cubano, porque cuando se rompen no hay forma de conseguir las partes, así que muchos funcionan con piezas de heladeras o lavarropas!


Acá la gente no tiene sueños. Se trabaja por 30 CUC al mes, 30 U$D que alcanza para comer y algo de ropa. Se llama Mario y se preocupa por lo que dice pero se siente seguro dentro del auto, habla claro y fuerte. Cuando bajamos del almendrón y la conversación continúa en la calle, cambia de tono y de volumen, mira para atrás cada 5 segundos. Crece la paranoia. Se siente  observado.
Acá todos le roban al Estado.  Me dice en voz baja y me explica. – Por ejemplo, si trabajás en una fábrica que hace uniformes militares, te quedas con unos metros de tela y ya con eso podés haces unos cuantos CUC vendiéndolos afuera.
Me recuerda a una frase que decían en La República Checa durante los años comunistas: “Si no le robás al Estado, le estás robando a tu familia!“

Mario estudió abogacía, pero como muchos no ejerce, porque con el taxi le va mejor.
– Igualmente me cobran una licencia de 700 CUC por poner el auto a disposición de los turistas, así que la mayoría de mi ganancia va a el  Estado. Entre la nafta y los gastos de mantenimiento no me queda mucho. Te controlan bastante, no podés tener antecedentes penales y no podés ser opositor del régimen, claro.
– Mi mujer es enfermera pero no trabaja porque con 30 CUC mensuales, no le conviene ir a trabajar, gasta más de transporte y de comida. Mejor que se quede en casa.


Las calles y los edificios de La Habana Vieja son tan pintorescos que se presentan cómo siempre imaginé
. Las paredes desteñidas, edificios  destruídos que luchan por mantener su estabilidad, parece que hubiese pasado un terremoto, un tsunami, o una guerra por estas calles. Nada de eso.
Los perros callejean, los niños y los viejos también. La gente deambula, salta de conversación en conversación. Una mujer apretada en lycra fluorecente que resalta en su piel morenas, los shorcitos y tops bien cortitos se cruzan de vereda. Los hombres juegan al dominó en la puerta de la casa.

Yo camino  ligero y me siento a destiempo, bajo el ritmo. Acá hay tiempo, no  hay hacia dónde correr, tampoco hay dónde llegar.
Mientras tomo unas fotos, se me acerca un señor, le sonrío, me pregunta de dónde soy, le digo de Argentina y me retruca. –¿Qué haces en tu tiempo libre?  Le respondo que en mí país hay poco tiempo libre. Es diferente.
Me mira entendiendo y sigue – Acá la gente no trabaja porque está desmotivada. Da igual trabajar más, trabajar menos,  si igual vas a cobrar lo mismo.

Asiento como entendiendo pero no entiendo. Sigo caminando pensativa, me pregunto cómo puede funcionar este país. Empiezo a sospechar que también hay clasismo. Y confirmo que el ideal socialista de componer una sociedad igualitaria fracasó.  Las clases están marcadas por aquellos que pertenecen a la política, aquellos que hacen negocios con el turismo, aquellos que reciben remesas de sus familiares en el exterior, aquellos que se casan con una gringa o un alemán.

En este momento recuerdo a un señor que conocí en el bus desde La Matanza hacia La Habana.  Tomé un bus local y pagué 10 CUP. Leés bien, no es CUC es CUP. En la isla operan dos monedas nacionales: el histórico peso cubano CUP y, desde 1994, el peso convertible CUC, equivalente al dólar y creado en la crisis económica después de la disolución de la Unión Soviética, y la imposibilidad de usar dólares en las transacciones internacionales.


En 2013 se anunció la disolución gradual del CUC, que generalmente es utilizado por los turistas, pero aún permanece. El cambio sigue siendo 1 CUC = 1 USD y 26 CUP = 1 USD. O sea, podés pagar con ambas monedas,  te conviene pagar en CUP ( peso cubano) pero muchas veces por ser turista te querrán cobrar de más. Por ejemplo en los buses.

Yo sabía que ese tramo costaba 10 CUP ( 0,37 USD) y no pensaba pagar de más. Le dí el billete al chofer y sin hablar  me fui a buscar un asiento, le ví la cara de enojo en el espejito retrovisor.
Después de haber esperado 2 horas en la parada, y de haber viajado todo el día, estaba cansada,  encontré un asiento en el fondo y me senté.
Me suele pasar que viajando sóla conozco  más gente que viajando con Karel. Un señor bastante elegante con su chomba azul marina y un rolex dorado empiezó la conversación. Hablamos de Argentina, de mis viajes y de Cuba. Él dice que está bien porque tiene una hija en Suiza que gana 7.000 Euros por mes . Ella le manda unos unos 300 euros y algunos regalos y a él le sobra.  Ahora entiendo lo del Rolex.

En la habitación de abajo dormía Simón, un honkonés que vive en Los Ángeles trabajando como fotógrafo.
Lo conocí el día anterior y me contó sobre su nuevo proyecto, está retratando mujeres de todo el mundo. Llegó a La Habana  para entrevistar a Miguel, llamémoslo Miguel para preservar su identidad, un travesti que conoció hace un par de años . Dice que le faltan algunas sesiones fotográficas todavía, pero que se tiene que apurar porque su mujer está por parir en las próximas semanas. Me muestra algunas de las fotos que tomó en el cabaret cuando fue a ver el show de Miguel y me encantan.  Le digo que no tengo nada que hacer y que si necesita ayuda me avise. Simón me mira y sugiere que vayamos juntos al día siguiente a entrevistarlo. Le voy a ser de gran ayuda porque Miguel no habla inglés y Simón no habla español.

Simón trae sus  cámaras y un trípode, le doy una mano y caminamos tranquilos por el medio de la calle. Difícilmente crucemos algún auto en las calles de La Habana. No hay muchos autos en la ciudad. Comprar un coche acá es un lujo y nadie puede dárselo. Los dueños de hoy los han heredado. Compar un Lada 1600 bien soviético puede costar 26.000 CUC (peso convertible cubano)  o sea 26.000 U$D , un chiste bastante bueno sino fuese realidad.

Adelante, adelante. Nos invita Miguel a su casa.La puerta es angosta y el livingcomedorcocina pequeño y todo uno.

Hola niña, me dijo Simón que vendrías con él para traducir. Está bien. No le digas  pero la verdad es que estoy cansado, ya hace una semana que me está persiguiendo con la cámara de un lado al otro. Hoy quiere que vayamos a Artemisa, el pueblo de mis padres. Vamos a ver si lo logramos porque sabes tú que acá no hay transporte.
Sus palabras se precipitan mientras me sirve una taza de café.

Es verdad, nadie sabe donde es la parada y generalmente los buses públicos no paran porque vienen atestados de gente. Simón tiene el objetivo claro.  Ya lo fotografió en el cabaret. Hoy tiene que sacar fotos de su pueblo y de sus padres. Propone pagar un taxi semiprivado, un almendrón. Artemisa nos queda a 60 km pero el viaje se hace largo. Las rutas están destrozadas y vamos a 50 km/hr.  Compartimos el auto con otros dos muchachos . Frente a mí, uno  viste como reggetonero, tiene cadenas y pantalones caídos, me dice que es sonidista de una banda llamada Diván. Le prometo escucharla.

No sé que día es, pero en Cuba siempre parece domingo. Nada pasa cuando llegamos a Artemisa. Hay una bici suelta en la puerta de la casa. La casa de los padres de Miguel es de una planta como todas las casas del lugar, tiene las puertas abiertas, pero no sabían de nuestra  visita.

-Por favor decile a Simón que no le haga preguntas sobre mi sexualidad a mis padres, no los quiero incomodar. Miguel tendrá unos 43 años , el pelo negro oscuro largo y recogido con una colita en la nuca. Un arito plateado en la oreja derecha. Lleva una remera negra sin mangas y un jean pasado de moda.  De noche se traviste y aparece América, se pasa las noches bailando y divirtiendo a turistas en un cabaret del centro de La Habana.
-Miguelito, mi amor  ¿cómo has estado?¿Qué te trae por aquí?
– Están haciendo un documental sobre mi historia mamita.

Atardece mientras caminamos por las calles de Artemisa. Pasamos por la puerta de la escuela primaria, dónde Miguel estudió.
Yo me fui a los 13 años de acá, es una ciudad  demasiado pequeña y yo soy demasiado gay. Lo hice por mi madre porque no quería  deshonrarla y aquí, tu sabes, la gente no tiene otra cosa que hacer más que hablar. Yo no quería causar problemas y me marché a La Habana.


No fue fácil allí mi vida. En la escuela un maestro  abusó de mí. Ahí me dí cuenta que era gay, porque me gustó.
Miguel me mira cómplice y se ríe.
– En La Habana pasé tiempos difíciles, la policía nos perseguía. Yo no tenía donde dormir. Mucha gente me lastimó, una vez mi pareja me encerró en su casa y me liberaba sólo para comer o dormir con él.
Es difícil imaginarlo. Miguel es un hombre robusto, alto, corpulento pero cuando te mira parece un perro callejero, maltrecho, herido, buscando alguien que lo adopte para darle amor.

– Otro hombre me mandó a vivir con su madre. Era la excusa que tenía para visitarme porque él era casado y tenía hijos. Yo la cuidé por 9 años a la señora María. A mí me quería como a un hijo, tanto que al morir  me dejó su casa. Después  la troqué por la mía, la que viste hoy en La Habana.

La vida de Miguel es una más, sospecho que todos en Cuba tienen una historia que contar. Si fuese periodista o documentalista como Simón, me gustaría vivir acá y encontrar más historias que necesiten ser contadas.  Él se fue a La Habana para escapar de la persecución, del que dirán, en busca de una vida mejor, más libre.


Muchos otros se van a Los Estados Unidos. Brincan el charco. Se toman el tubo de aluminio como le dicen acá al avión y se rajan. Todos sueñan con subirse a ese tubo algún día. Su novio dice que se irá a Chile,  allí lo esperan unos amigos que le darán asilo y la promesa de un futuro. Algunos  consiguen salir con contratos de trabajo, cartas de invitación desde Ecuador,  Chile y desde allí hacia el mundo.
Otros se quedarán esperando encontrar al amor de su vida: una canadiense blanquita, bien rubita sin tetas ni culo pero que ofrece un pasaporte atractivo.

Antes de llegar a Cuba, sabía lo que todos, que en Cuba todos tienen educación y salud.  Parece verdad. Pero no alcanza. Todos quisieran ser personas cuando puedan. Elegir, probar, equivocarse, soñar, soñar grande y soñar pequeño.

La ciudad es nostálgica y en La Habana hay miradas tristes.  Intento hablar con cualquiera que me de charla. Quiero saber más. Hay un señor en la puerta de un hotel de 4 estrellas, cuida la seguridad de los huéspedes.  Empiezo la conversación y no tarda en decirme que se iría a Los Estados Unidos si pudiera, pero que tiene un nieto de 6 años y que es lo único que lo retiene.
– Sino, yo me iría nadando! Le pregunto si cree que Raúl Castro es mejor que Fidel. Me mira repentinamente y me silencia. Acá no se nombran. A Raúl le decimos  El chino y al otro El viejo.

El viernes 18 de Noviembre de 2016 me tomé el vuelo hacia Buenos Aires. Ese día no murió Fidel, pero una semana más tarde, el viernes 25 noviembre a las 22.45 lo anunciaba Raúl Castro oficialmente a través de la televisión. Yo ya estaba en Buenos Aires viéndolo desde la cocina de mi casa, no lo podía creer. Cómo me perdí ese suceso histórico.

Miles de personas hacen cola para rendir homenaje al fallecido líder cubano  en la Plaza de la Revolución. HASTA SIEMPRE COMANDANTE!

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