La fragilidad de la Paz

La fragilidad de la Paz

Go India Go

Escucho un disparo, parece una bala de goma. El empleado del restaurante  cerró la cortina de chapa que da a la calle, el dueño volteó una mesa y se agachó detrás de ella. Me agarra del brazo y me tira hacia el suelo junto a él. Al mismo tiempo el empleado se esconde detrás de una silla de plástico. Mi sopa de noodles se enfría en la mesa. Karel  pregunta si nos dejarían salir, porque nos gustaría sacar algunas fotos del conflicto. Responden que no, que es peligroso. El empleado de rasgos mongoles nos dice que hagamos silencio y que nos quedemos quietos. Yo estoy nerviosa.  

Entre la cortina de chapa y el suelo quedaron unos 10 cm. de distancia, esa es nuestra ventana al conflicto de Cachemira. Veo unas Converse All Star blancas avanzar, gritar, lanzar una piedra y retroceder. Veo piedras caer. Desde la izquierda avanza un nuevo par de  zapatillas con tobillos jóvenes, delgados, percibo que los protestantes son adolescentes, los nuevos guerreros de Cachemira. Se escuchan más gritos, piedras que golpean en chapas, piedras que caen al suelo y otro estruendoso balazo. Hay humo. Desde la derecha unas botas verdes militares que avanzan pisando fuerte y retroceden.

 Deberíamos estar afuera la puta madre ¿somos cronistas de guerra o no? No. No los somos. Por eso estamos adentro de un local con la persiana baja, muriéndonos de miedo detrás de una mesa y con la cámara de fotos apagada.
Hace 10 minutos estábamos caminando muy plácidamente por las calles del centro antiguo de Srinagar, capital de la Cachemira India. El ambiente era tan diferente, se escuchaban los hombres charlar, algún vendedor ambulante ofreciendo jugo de naranja, dos vecinos llevando una alfombra, el ring ring de las bicicletas y los bocinazos de los bondis.
Ahora el tiempo se mueve distinto en el espacio silencioso.
Flota en el aire el miedo y se oyen unos gritos de desesperación y luego el tercer balazo.

El silencio,la nada, el silencio, un silencio larguísimo. Los cuatro seguimos detrás de la mesa, lo miro a Karel y miro al dueño que sigue aterrado. El empleado mueve la silla hacia un lado, se para y con convicción se acerca a la puerta y abre la cortina de chapa, parece que ya pasó lo peor, salimos y no hay nadie en la calle. Pero no tarda más de 10 minutos en restablecerse la normalidad: ancianos y niños con el uniforme escolar caminan sobre las piedras y los capuchones de balas, como hormigas salen todos después de la lluvia.
Regresan los autos y los rickshaws. Es viernes, otro viernes más en Srinigar y como todos los viernes por la tarde el pueblo de Cachemira se alza en rebelión mostrando su inconformismo con el gobierno indio.
Caminamos unas cuadras hasta la mezquita principal de la ciudad pero está cerrada. Rodeada de alambres de púas, piedras y ladrillos rotos,  pareciera que el epicentro de la batalla se dio acá.

Una nación dividida en 2 países

Caminando por las calles de Pokhara en Nepal conocimos a un señor que era de Cachemira, ahí por primera vez, relacioné esa exótica palabra con una región de India y no con un sweater. Él nos desalentó a visitar su país y nos advirtió: “En India la gente se transformó en animales, perdieron el respeto, olvidaron la educación.”
La idea de ver con mis propios ojos “los peligros” de Kashmir (como se dice en inglés) seguía dando vueltas en mi cabeza.

Después de pasar un mes y medio en la región de Ladhak, salimos de la ciudad de Leh con el pulgar en alto. Eran las 12 del mediodía y estábamos en una ruta cercana al aeropuerto. No había muchos autos. Ya había pasado más de una hora y seguíamos sin salir de la ciudad, al costado de la ruta bajo el sol árido de Agosto.
Cuando estábamos por perder las esperanzas, frenan 3 camiones que son un caleidoscopio de colores, eslóganes y símbolos intrincadamente pintados, se parece mucho al fileteado de los bondis porteños, pero en camiones TATA. Son una obra de arte en movimiento y de ellos se bajan 5 tipos con cara de árabes y nos dicen que van hacia Srinigar!
-Nosotros también!

– Son 2 días de viaje!- Responden.
– Perfect! Can we go with you?
 Saltamos en el camión con nuestras mochilas. La cabina era enorme y parecía el living de una casa, alfombra por todos lados, almohadones, espejos  y un equipo de música que sonaba al palo. El chófer se llama Showcat y no habla nada de inglés. Tendrá unos 25 años.

el camión que nos llevó hasta Cachemira

Ya estábamos acomodados  cuando el camión se detiene de nuevo, no habrán pasado ni 20 minutos. No entendemos que pasa pero nos hacen señas como para que bajemos.
-We stop for lunch.
 Desenrollan unas alfombras y las tiran al costado de la ruta, abren sus contenedores y nos ofrecen arroz y unas verduras salteadas.
  Me da vergüenza sacarles la comida pero tampoco puedo despreciarla, así que acepto y sentada en el suelo con las piernas cruzadas en postura de loto hago honor a la generosa ofrenda y me sirvo varios bocados que como con las manos, como es costumbre en India.

nos sentíamos en el living de casa

Llegamos a Srinigar, la Suiza de India. En todo caso si fuese por las montañas se podría decir que sí se parece; el verde brillante de los árboles, los saltos de agua bajando por las laderas, cabras pastando, pero si comparamos las rutas no encontraremos algo tan opuesto. Nos llevó más de 25 horas hacer 400 km.
Showcat nos ofrece Kahwah, el típico café de Cachemira, se detiene un rato al costado de la ruta y abre una caja que oficia de alacena, saca de allí tazas, azúcar y los ingredientes para preparar esta maravilla que lleva cardamomo, clavo de olor, pimienta y azafrán. Calienta el agua y nos sirve el mejor Kahwah que probaré en todo mi viaje.  
Me llama la atención que la gente de Cachemira se denomina Kashmiri people y hablan sobre la India cómo si fuese otro país. No se sienten indios.

India y Pakistán. Una enemistad de 70 años

Desde 1947 cuando la India logró la independencia, el territorio, que era parte del Imperio Indio Británico  se dividió entre India y Pakistán. Según el plan de reparto contemplado por el Acta de Independencia de la India, Cachemira podía elegir libremente si ser parte de India o de Pakistán. Pero eso nunca ocurrió. Y el gobernante local, Marajá Hari Singh, eligió que Cachemira sería India, así estalló la primera  guerra que duró dos años.

Al dividir el territorio de una forma caprichosa y arbitraria muchas familias fueron divididas, grupos religiosos y etnias. Millones migraron al país vecino, en el cuál se sintieran más protegidos. Los musulmanes hacia Pakistán y los hinduistas hacia India, pero también quedaron muchos musulmanes en suelo indio y viceversa.   


Una nueva guerra le siguió en 1965 y, en 1999 cuando India también se vió envuelta en un breve pero intenso conflicto con tropas rebeldes apoyadas por Pakistán. Para esa época ambos países ya se habían declarado a sí mismos potencias nucleares.
Luego de años de derramamiento de sangre a lo largo de la frontera en 2003 India y Pakistán acordaron un cese del fuego.
Pakistán también prometió dejar de financiar a los insurgentes en su territorio, mientras India les ofreció una amnistía si renunciaban a su militancia. Pero la calma no dura para siempre .

La gloria: vivir flotando

Me gustaría congelar este momento en mi memoria, es una de los momentos más calmos y pacíficos de mi vida. Estoy en la puerta de nuestra casa-barco, recostada sobre unos almohadones viendo como dos patos chapotean y juegan persiguiéndose uno a otro. El aire es fresco. Mujeres musulmanas con sus burkas de colores reman tranquilamente sus pequeñas canoas sorteando camalotes y gallaretas.

 Gotas de agua dulce acarician los rosados pétalos de una flor de loto. Un anciano en canoa se acerca para venderme flores.
Las montañas se reflejan en el lago Dal. Un martín pescador se posa delante mío presumiendo su pigmento y unas  garzas desgarbadas le vuelan detrás. El silencio es absoluto. No hay turistas, las casas-barcos están vacías. Los turistas dejaron de venir hace tiempo por la mala fama que tiene este lugar, Cachemira se convirtió en una zona a la que no hay que ir, NO Go Zone.  

Gracias a esto, la casa flotante es toda nuestra, la han bautizado “Golden Apple” (la manzana dorada) y verdaderamente es una joya en el lago. El hall de entrada tiene dos sillones enormes, una mesa ratona, varias lámparas y una alfombra que protege el suelo de madera. Los muebles son tallados a mano. Las cortinas están bordadas, las lámparas colgantes tienen cristales que se bambolean suavemente con el movimiento del agua. A continuación le sigue el comedor con una mesa grande para 8 comensales, vajilla de cristal y tazas de porcelana. Este lugar ha tenido una época dorada. El estilo victoriano lo confirma, estas casas fueron construidas originalmente como casas de vacaciones para los administradores británicos durante la colonia.

 Dahir, el hijo del dueño y  encargado del lugar, vive al lado, en otra casa flotante con toda la familia: su padre, su madre, su hermano adolescente y la abuela.  Dahir es alto, bien delgado, pelo moreno y cabeza tímidamente gacha. Se está por casar en unos meses y no quiere arruinar su matrimonio por una pavada. Los musulmanes no tienen permitido tomar alcohol pero él se encuentra en un dilema. En dos días llegan para hospedarse cuatro malayos que le encargaron las comidas con cerveza incluida. Necesita comprar veinte botellas de birra, pero él no puede ir al bar porque la familia de la novia lo puede ver entrar y se le armaría gran rosca. No le queda otra que pedirnos ayuda, muy avergonzado nos cuenta la situación. Por supuesto que le hablaba a Karel particularmente, porque las mujeres musulmanas ni de lejos pueden ver el bar, pero cómo Karel estaba trabajando con la compu, yo me ofrecí a acompañarlo. Agarré mi mochila y fuimos en la canoa hasta la costa, éstas son las ventajas de ser mujer y «gringa» cuando el lugar tiene una cultura tan diferente, porque las reglas no rigen para vos, estás como en un limbo entre los dos mundos. Y de paso compré unas cerveza para mí. 😉

Son las 7 de la tarde y desde la mezquita más cercana se escucha el Adhan, el llamado a la oración de los musulmanes.  Le pedimos a Dahir  la canoa  para salir a remar un rato. Con unos 8 kilómetros de largo y unos 3 kilómetros de ancho el lago Dal es impredecible. Las shikaras -unas barquitas similares a las góndolas venecianas ofrecen un viaje al interior de los canales del lago. Nosotros somos nuestros propios gondolieries y nos adentramos en el corazón del lago, flotando y explorando este nuevo mundo.

Flotando hay casas, escuelas, tiendas que venden lanas, pashminas, accesorios de cuero, colgantes y anillos de plata. Flotando hay almacenes, verdulerías, flotando hay mujeres cosechando calabazas, hojas y camalotes para alimentar a sus cabras que también flotan en otras barcazas. Flotando está la esperanza de los kashmiris que miran hacia el futuro y no saben hacia qué dirección los llevará la corriente.

La gente de Cachemira se siente olvidada, desplazada, discriminada y por sobre todo violada.
La mayoría quiere un referéndum, que les den voz, todos saben que India los ha perjudicado mucho pero también Pakistán. Dicen que no necesitan de India, ellos allí tienen un valle fértil y podrían ser totalmente autónomos.

Al borde de una nueva guerra

El 14 de Febrero de 2019 un ataque suicida bombardeó un convoy de la fuerza de seguridad india.La bomba explotó y mató a 40 soldados indios en Cachemira. El pibe que se inmoló era parte de un grupo islámico con base en Pakistán.
Las relaciones entre las dos potencias nucleares vecinas han venido deteriorándose desde ese entonces. India acusa a Pakistán de permitir a grupos armados operar en su territorio.

Después de 12 días , India bombardea el Noroeste de Pakistán. Pakistán responde con otro ataque aéreo  derribando por lo menos un avión indio, complicando aún más una situación ya muy tensa. En total, más de 500 personas murieron en 2018, incluyendo civiles, miembros de las fuerzas de seguridad y militantes. Es la cifra anual más alta en una década.
Esto nos recuerda la fragilidad de la paz de este lugar, que se encuentra entre los territorios más disputados de la tierra. Acá hubieron 3 guerras en 70 años.

El gondolero musulmán

Lo conocimos a Dhin el primer día que llegamos a Srinigar, él nos llevó con su shikara, hasta la casa flotante de Dahir donde finalmente nos quedamos tres semanas. Dhin tiene una sonrisa cautivadora, unos dientes blanco márfil se resaltan entre la barba negra azabache. Su camisa con las puntas del cuello hacia arriba bien planchada tiene la misma sensualidad que la de un gondoliere italiano. Se mantiene erguido mirando hacia el horizonte mientras toma el remo y direcciona la barcaza. Trabaja llevando y trayendo turistas desde la costa hacia las casas-barcos. Pero no hay trabajo. Le encantaría poder irse a Dubai, a Europa. Él, como muchos, no se siente representado por el gobierno indio, y no quiere ser gobernado por India, tampoco por Pakistán, prefieren la independencia.

Más del 60% de los habitantes del estado indio de Jammu y Cachemira profesan la fe islámica, lo que lo convierte en el único estado del país donde hay una mayoría de musulmanes.

Un ciclo de violencia infinito

La denuncias de violencia excesiva por parte de las fuerzas de seguridad que se enfrentan a manifestantes también han agravado el problema, ya que se ha convertido en un ciclo vicioso de violencia donde la armada india propone una campaña contra los cashmieries, que hace que los jóvenes sin trabajo y desesperanzados se unan a los grupos militares terroristas de las montañas de Pakistán y vuelvan entrenados y armados a confrontar con la misma policía india.

¿Quién era el hombre-bomba que se inmoló ?

Si analizamos el caso del 14 de Febrero, la historia se repite, el chico que se inmoló tenía 19 años, se llamaba Adil Ahmer Dar. Según sus padres en 2016 la policía india lo había humillado hasta hacerle comer el suelo. El mismo año le pegaron con una bala de goma en la pierna. Un día Adil y su hermano se fugaron de la casa de sus padres para unirse a un grupo armado pakistaní. El hermano volvió 15 días más tarde pero Adil no, se quedó allí entrenando para convertirse en un hombre-bomba.

Visité Cachemira hace justamente dos años, en Agosto de 2017 y me fuí maravillada por la paz que se respiraba en Srinigar y los alrededores del Lago Dal, la Suiza de India, su verdor resplandeciente, su flora, su fauna.

Hoy me llena de pena saber sobre la fragilidad de la paz del mundo. Que la paz de estos dos países sea cuestionada a cada paso, a cada momento, con cada decisión. Que la confianza se quiebre. Que el riesgo de ruptura sea grande. Nada hay más grandioso que la paz. Que la reconciliación. Que la justicia y ante todo, la verdad.

Si les interesa seguir investigando sobre el tema pueden ver algunos videos en: https://www.youtube.com/watch?v=cyayif_nla8

También los sijistas fueron afectados con esta división arbitraria del territorio desde 1947:
https://www.youtube.com/watch?v=r5Ps1TZXAN8&t=15s

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😉

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