La Isla de Tokio y Río

La Isla de Tokio y Río

Arranca la tercera temporada de La Casa de Papel. Se trata del escondite de Tokio y Río. Aunque  la Europol y la policía española no puedan encontrarlos yo sé dónde están. Yo estuve allí. No tendré tu cuerpito ni tu carita de porcelana Tokio, pero yo estuve en tu isla antes que vos!! 😉

Porque no puedo hacer otra cosa que mirar esta serie, he decidido escribir sobre ella. No soy de fan de las series. De hecho creo que es la segunda serie que miro en mi vida después de Lost.

Hace un par de años cuando oí hablar sobre La Casa de Papel, pensé que sería algo así tipo drama español romanticón y aburrido del siglo pasado.  
Hace unos días la busqué y dije ahhhh  nada que ver…son los pibes de las máscaras de Dalí…puede estar buena…y me la devoré en menos de 10 días.

No quiero  spoilearte la serie, así que, si no la viste detente ACÁ!!!!!!!!!!!!!!!!

********************ALERTA SPOILER ACTIVADO****************

“Me llamo Tokio ¿Se acuerdan de mí? Es el Caribe, llevo más de dos años viviendo en una película romántica, pescamos nuestra comida, desnudos, salvajes , pero con algún lujo….”

Imágenes desde un dron de una pequeña isla paradisíaca: arena blanca y brillante en la costa, un manto de palmeras en el interior, una canoa varada en la orilla y un mar coralino  celesteverdoso.

Así arranca la tercera temporada de La Casa de Papel. Se trata del escondite de Tokio y Río. Aunque  la Europol y la policía española no puedan encontrarlos yo sé dónde están. Yo estuve allí. No tendré tu cuerpito ni tu carita de porcelana Tokio, pero yo estuve en tu isla antes que vos!! 😉  

Hace 2 años llegué al Archipiélago Guna Yala, sin saber que una de las mejores historias del viaje estaría entre sus palmeras.

Guna Yala es una comarca de pueblos originarios en Panamá, habitada por la etnia Guna. El área fue  conocida como San Blas, pero se renombró en 2011 cuando el Gobierno de Panamá aceptó el nombre original que significa «Tierra Guna».

Guna Yala es una estrecho territorio que se extiende en la costa este del país, pero que posee más de 400 islas. Menos de 40 están habitadas.

Allí llegué un día al atardecer, viajando desde Colombia. Entré a Panamá y a Puerto Obaldía, la estación de migraciones panameña, que nos dió la bienvenida al país con un cálido control exhaustivo de todas nuestras mochilas y pertenencias. Bajo un toldo verde que no nos protejía bien del sol caribeño, los militares hacían su trabajo.
 Abrieron todos nuestros bolsillos, tuvimos que sacar frente a ellos toda nuestra ropa, mostrarles hasta la copita menstrual y el pikachu. Los perros nos olfatearon con recelo. Estábamos en la frontera entre Colombia y Panamá pero seguramente los narcos no pasan por acá, tampoco las mulas. Ellos van por la selva.

Después del cacheo caminamos unos metros y estábamos en la playa, sí en las arenas de Puerto Obaldía. No había barcos que nos llevasen hasta San Blas ese día, estábamos a la deriva. No había rutas que comunicaran Colombia con Panamá, eso ya lo sabíamos, el camino se terminaba allí, en la entrada al país.
Paradójicamente Panamá construyó su canal para unir el Pacífico con el Atlántico pero no tiene una ruta que lo una con el país vecino. Buscamos la alternativa de subirnos a un carguero pero no sabemos cuando llegará y si llegase en los próximos días dificílmente nos lleve a todos. En la incertidumbre me acompaña Karel, David, Carlos de Argentina que viaja con Milica- una serbia que conoció en Ecuador y Vicky, otra argentina  que viaja con Felipe, un portugués. Somos 7, el número de la suerte y sí que la tuvimos.
 Al rato de esperar sobre nuestras mochilas mirando al sol como si la respuesta fuese a bajar del cielo, cayó un señor que nos dió una solución. Barcos no habría ni hoy ni mañana, mejor sería ir con él hasta su comunidad. Nos estaba invitando a pasar la noche allí y a compartir una fiesta que se celebraría hoy a la noche.

Nos miramos y sin dudarlo le dijimos que sí. Pagamos 1 U$D la lancha y después de 10 minutos llegamos a la isla de su comunidad.

La lancha entró por un río y por la poca profundidad del mismo no llegó hasta la costa, así que nos dejó con las mochilas y el agua hasta la cintura.  Salí de la lancha como pude, con la mochila en alto hundiendo las Crocs en la arena.
 Un hermoso río pintaba el paisaje que se perdía en la profundidad de la selva. Los niños corrían desnudos y se tiraban de cabeza al mar. Las casas de cañas y su techo tejido con hojas de palmeras. Pequeñas canoas artesanales flotaban en el mar coralino, los hombres lanzaban sus redes al horizonte. Nos sentimos en otro tiempo. Seguramente lo estábamos. El tiempo es relativo. La gente no habla español, sólo la lengua Guna.

Isla de la comarca Guna Yala

 Pasamos un par de horas haciendo nada, mirando el mar y a los niños jugar. Nadie se nos acercó a hablar. Nadie, ni siquiera nos miró. Estabámos un poco desorientados. Él señor que nos invitó nos dejó en la playa y se fue con su gente.  Estaba oscureciendo y necesitábamos un refugio, teníamos 2 carpas pero no entrábamos los 7.
 Como pudimos, con señas, intentando que los más chiquitos nos guíen pedimos hablar con el jefe de la comunidad y hasta su vivienda vamos con Vicky. Entramos a una cabaña muy humilde de cañas y hojas de palmera. El señor tendrá unos 75 – 80 años, supongo que el jefe de la comunidad es la persona más longeva.
 Le sonreímos y movemos la cabeza con gesto de gratitud, él sentado en el piso de tierra nos mira desconfiado, al lado nuestro un poblador que habla español nos traduce.

– El cacique dice que se pueden quedar a dormir acá. Tenemos unas cabañas para alquilar. Están aquí al ladito, las pueden ver si les gustan se las dejo.

Seguramente nos gustarán pero cuestan 10 usd por persona por noche. 20 usd por pareja y se nos va de presupuesto. El problema es que ninguno de nosotros esperaba llegar a Guna Yala así. Nadie imaginó que en la frontera terrestre entre Colombia y Panamá no habría nada: ni bancos, ni cajeros automáticos, ni gente ni un puestito dónde cambiar plata y no teníamos efectivo. El otro problema era que si el carguero no llegaba, la lancha que nos podría sacar de allí era muy cara: 100U$D por persona y no los teníamos.  
Hubiésemos dormido a la intemperie pero pronosticaban lluvia y en el caribe si llueve llueve.
La cuestión es que el cacique estaba bien asesorado sobre precios turísticos y lo máximo que nos rebajó fue 3 U$S cada uno por dormir todos en el piso de un refugio destartalado y lleno de basura que estaba frente al mar. Aceptamos.

En amarillo nuestro recorrido por Centroamérica

A eso de las 8 de la noche nos acercamos al salón comunitario, un quincho abierto cubierto prolijamente con hojas de palma y cañas. La fiesta no había comenzado. No sabía de qué se trataba pero me imaginaba un cumpleños, un casamiento, un velorio. Aún no había nadie. De repente llegaron  tres hombres e intercambiamos sonrisas, no hablaban español pero nos quisieron mostrar algo: debajo del nivel de la tierra había 3 jarrones enormes de barro, dentro hay un vino oscuro que huele muy fuerte.

Nos sentamos en unos bancos y nos disponemos a esperar que comience el ritual. De a poco se va colmando el salón. Llegó el cacique y realizó la apertura de la ceremonia y nos pidió  que la fiesta se realice en paz, sin conflictos.  Esto huele a que será un gran descontrol. Aún sin entender de qué se trata nos separan mujeres de un lado y hombres del otro. Todas las mujeres visten trajes tradicionales: pañuelos rojos y amarillos en la cabeza, unas blusas floreadas con un corset de tela hecho con diseños trivales que días más tarde en Panamá descubro que se llaman  “molas”, similar a un patchwork donde se aplican trozos de varias telas, una encima de otra, y se cosen consiguiendo extraordinarios diseños que  reflejan la concepción del mundo y la vida espiritual de los Gunas.

La actividad se replica de un lado y del otro del salón. De nuestro lado se arma un círculo de mujeres alrededor de una abuela que está en cuclillas sirviendo  el vino en cuencos de coco. Todas toman hasta que el cuenco queda vacío. Del otro lado, los hombres hacen lo mismo.

Estoy en una efervescencia absoluta, me río junto a Vicky y Milica, no entendemos nada, todo es muy bizarro, las mujeres Guna Yala no nos dejan descansar y nos ofrecen el cuendo lleno de chicha una y otra vez. Sería de mal gusto despreciarlo.

  Me hago a un costado para evitar la cuarta ronda de alcohol y le sonrío a una chica jovencita, ella habla muy tímidamente algo de español. Ahí aprovecho para preguntarle qué estamos festejando. Sin reparo me contesta: – Es una ceremonia de  menstruación. Una niña de la comunidad se hizo mujer y sus padres la presentan a la comunidad con esta fiesta.
-¿¿Qué?? ¿Y quién  es la niña homenajeada?
-No, todavía no llegó, va a venir más tarde.

 En la tradición Guna Yala cuando una niña comienza su ciclo menstrual, en su primer día, es paseada por todo el pueblo por su madre y padre. En este primer paso los padres solicitan a la comunidad su apoyo para celebrar esta ceremonia.
Luego la señorita es encerrada en un Surba (cuarto de baño) por 5 días y en ese lapso, las mujeres de la comunidad ayudarán a la familia de la joven, en la búsqueda del agua para el aseo de la chica.
En esta ceremonia se presenta a la joven a la sociedad. Se le agradece a la comunidad por su apoyo y se brinda una noche de chicha y dimas (una sopa hecha de maíz ) a todos.
Aquí estamos nosotros tomando chica y sopa de maíz. Una combinación explosiva!

No hay música en el salón y por ahora no hay otro ritual que el de subir el brazo hasta embocar el cuenco de coco en la boca. Las mujeres nos cuidan, nos dicen que somos sisters y que nos mantengamos unidas. Tanta advertencia en una isla de tan pocos habitantes me llama la atención.¿Qué pasa? Le pregunto a mi amiga Guna. Me dice que sólo las mujeres casadas pueden participar de esta ceremonia y por lo tanto las solteras están en sus casas, esto hace que muchas veces los hombres se escapen de la fiesta para ir a visitarlas y de paso acosarlas un rato. Otras veces los hombres se confunden de choza y terminan durmiendo con la vecina. Parece que suele armarse mucha jarana como diría Nairobi.

En ese momento tres mujeres nos toman de las manos y nos arrastran hacia una choza, allí sacan ropa para todas nosotras y nos visten con los atuendos y los molas. Qué buena onda, estaremos vestidas iguales. Qué gran gesto de grandeza y de apertura.

La regla n° 1 de la ceremonia era: NO cruzar la línea imaginaria que dividía mujeres de hombres y la regla n° 2: NO sacar fotos. Karel y David rompieron la regla n°1 y vinieron a bailar – sin música- a nuestro lado del salón. Después yo rompí la segunda regla cuando ví que  estaban todos muy borrachos cómo para negarse a unas selfies.

Seguimos ahí entre chicha y chicha y parece que entra la homenajeada, la niña viene caminando con un pañuelo que le cubre la cara. No la vemos pero se acerca al círculo de mujeres y nos ofrece más chicha de un cuenco que trae consigo.Ella también bebe varias veces y luego se va.

El techo se palma se empieza a agitar. El piso de tierra huele a húmedad. Las gotas caen con vigor. Es el principio de un gran diluvio que tarda segundos en llegar. La tormenta dispersa a los invitados. Me acerco a la puerta y veo las gotas caer, algunas quedan enganchadas en las palmeras , otros gotones caen y con avidez perforan la tierra.

La comarca Guna Yala es un buen lugar para vivir una historia distinta. Ya no queda nadie, salgo del refugio de la mano de mi Río y bajo la lluvia caribeña bailamos sin música, escribiendo nuestra propia historia de amor.

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